Mbuyi kabunda Licenciado en Ciencia Política por la Universidad del Congo analiza la situación actual de los países africanos. Participará como ponente durante el Congreso en la mesa de diálogo “Políticas Territoriales. Estrategias para la apropiación del espacio público y la participación ciudadana”.
Compartimos la entrevista realizada por Rubén Chababo, Miembro del Comité Científico del XIV Congreso Internacional de Ciudades Educadoras.
He escuchado algunas de sus intervenciones centradas en diferentes problemáticas asociadas al continente africano, un lugar en el que las potencias coloniales produjeron verdaderos estragos en sus economías y en sus tramas sociales y políticas. ¿En qué medida cree Ud. que Europa ha aceptado su responsabilidad en este proceso de destrucción?
La colonización europea en África fue un proceso de desestructuración, desarticulación y destrucción de los valores tradicionales africanos sustituido por el modo de vida occidental y la introducción brutal del capitalismo. Fue un proceso de deshumanización y cosificación de los africanos. Afirmar que la colonización fue un proceso negativo no es hacer obra de moralista, sino hacer una constatación lúcida y objetiva. La descolonización se limitó a la sustitución de la dominación blanca por la dominación negra (endocolonización) y por el neocolonialismo como una nueva forma de dominación a manos de la antigua metrópoli o de cualquier otra potencia que ha descubierto las ventajas de la colonización. Al neocolonialismo le ha sucedido el neoliberalismo, convirtiendo a África en un verdadero laboratorio del ajuste privatizador, que ha destruido todos los avances conseguidos en los aspectos de desarrollo humano y social, además de la desindustrialización de África, que ha retrocedido en este campo. En este nuevo proceso de dominación, las clases gobernantes africanas, formadas por las necesidades de la colonización y de la neocolonización, tal y como denunció Frantz Fanon en “piel negra, máscaras blancas”, han colaborado y siguen colaborando. La élite con la mentalidad formateada, por la educación colonial recibida, se ha convertido en la quinta columna del imperialismo y del neocolonialismo.
René Dumont, el autor de la mítica obra “el África negra ha empezado mal” (1961), pone de manifiesto la responsabilidad de Occidente en el “fracaso” de África, en estos términos: “los dirigentes africanos son nuestros alumnos. Han venido a formarse en nuestras universidades, administraciones o ejércitos o en las universidades neocoloniales africanas. Han sido seducidos por nuestro modo de vida, y les hemos enseñado a arruinar a África”
La verdad es que desde hace siglos, exploradores, militares, misioneros, diplomáticos, cooperantes y humanitarios occidentales han acudido al socorro del continente, y la triste comprobación es que África ha salido más enferma que antes. Una de dos cosas: o bien el diagnóstico no ha sido acertado o la receta no ha sido la más adecuada, por ser en muchos casos la medicina peor que la propia enfermedad. Lo cierto es lo que ha fracasado en África, más que el desarrollo, es la occidentalización equiparada con el desarrollo, y que ha favorecido la extroversión de las infraestructuras y de las mentes en el continente.
Occidente no ha asumido del todo su responsabilidad en el fracaso o la “destrucción” de África, salvo algunos autores tercermundistas o librepensadores, solidarios con las causas africanas. Occidente suele atribuir el fracaso del Estado y del desarrollo en África a la cultura africana, considerada como el principal obstáculo a la modernidad; o sea a los factores internos: excesivo centralización de la política y de la economía, el nepotismo y la corrupción, la legitimidad basada en la violencia, las prácticas económicas irracionales o neopatrimoniales. De igual modo, las soluciones, inspiradas en el Consenso de Washington, suelen ser externas: la democracia liberal y la economía de mercado.
Hoy, se insiste en una lectura pesimista de la realidad africana, desde las agencias especializadas de la ONU pasando por las instituciones financieras internacionales, hasta los organismos de ayuda bilaterales y multilaterales occidentales: la estrategia consiste en justificar su presencia en África, que es un buen negocio, que en ayudar a los africanos a salir del subdesarrollo.
Al contrario de Asia, por ejemplo, África fue sometida desde el siglo XIV a las agresiones de la modernidad occidental y nunca fue preparada para la modernidad autónoma. Los choques sufridos por los pueblos africanos (trata de negros, colonización, neocolonialismo, neoliberalismo) y las promesas nunca cumplidas, generan la desconfianza ante los Estados y las iniciativas externas y sus planes de desarrollo.
En suma, el problema del subdesarrollo en África es profundo e histórico, pues, la colonización favoreció más a Asia que a África. Los británicos prepararon las administraciones locales en Asia, y en India en particular, para asegurar el relevo de los colonizadores, con infraestructuras de transportes y de producción orientadas hacia la satisfacción de las necesidades locales, mientras que en África las pocas infraestructuras creadas por la colonización fueron verticales y vincularon las minas y las plantaciones con los puertos y aeropuertos para la exportación (colonización de explotación). Este antecedente explica en parte el arranque de Asia y el estancamiento, e incluso el retroceso de África, donde todas las experiencias de desarrollo, basadas en el mimetismo y la occidentalización, han conocido un fracaso de mayúscula proporción, no por la incapacidad congénita de los africanos en la que suelen insistir los autores del afrocatastrofismo, sino por ser impuestas desde el exterior y desde arriba al margen de las idiosincrasias locales.
Países como Guinea ecuatorial sufren graves violaciones a los Derechos Humanos, lo mismo el Congo, por citar algunos de los tantos lugares donde la violencia desde el Estado se descarga violentamente sobre los ciudadanos. ¿Por qué cree Ud. que se trata, en general, de situaciones invisibilizadas o ignoradas en el resto del mundo? ¿No se trata de una “naturalización” de la barbarie, una aceptación conformista y cómplice en clave de “todos sabemos que allí todo es posible…”?
La invisibilización de la violación de los derechos humanos en países como Guinea Ecuatorial o la RD Congo se explica por el apoyo y la complicidad externos de los que se benefician los regímenes establecidos en estos países, que deben seguir asegurando el suministro de hidrocarburos y de recursos minerales que necesitan las multinacionales y la comunidad internacional. En estos países, los recursos naturales se han convertido en una verdadera maldición. En lugar de contribuir a la mejora de la situación de los pueblos, los recursos naturales constituyen la principal fuente de sus desgracias. En la parte oriental de la RDC, la guerra, que se explica fundamentalmente por el control de los recursos naturales en particular por los diamantes y el coltán, se ha cobrado más de 6 millones de muertos ante la casi indiferencia de la comunidad internacional.
Asistimos hoy a una penetración espectacular de las petroleras norteamericanas, europeas y asiáticas en Nigeria, Angola, Chad, Congo y sobre todo en Guinea Ecuatorial, donde han conseguido la casi totalidad de los contratos de explotación petrolera. Sin embargo, ni los ecuatoguineanos, ni los congoleños… han sacado provecho de este maná inesperado. Todo lo contrario, les ha traído las desgracias: la corrupción generalizada, la mala gestión económica o el mal gobierno, la violación de los derechos humanos y las guerras de una crueldad inédita. Es llamativo ver los países más ricos en recursos naturales, arriba mencionados, ocupar los últimos lugares en el ranking de los IDH.
En el mismo orden de ideas, el informe de la Commission for Africa (2005) subraya que el petróleo, los diamantes, la madera y otros productos altamente cotizados en los mercados internacionales alimentan los conflictos en África y la violación de los derechos humanos. Los gobiernos utilizan los ingresos procedentes de la venta de estos productos para aumentar sus actividades militares o para la compra de armas. De igual modo, los grupos rebeldes o los señores de la guerra saquean los yacimientos petroleros y las minas o extorsionan a las empresas que los explotan. La consecuencia es la prolongación de los conflictos y su difícil resolución, y la violación a gran escala de los derechos humanos en estos países para asegurarse la explotación de sus recursos naturales. “Aquí se violan los derechos humanos, aquí no pasa nada”. África es el continente que ha conocido el último genocidio del siglo XX (Ruanda) y el primero del siglo XXI (Darfur).